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martes, 26 de octubre de 2021

RESEÑA: LEONARD COHEN - DEAR HEATHER (2004)

 EL DESEO HECHO CANCIÓN
LEONARD COHEN - DEAR HEATHER (2004)

Por Gustavo Rojas Fernández




Leonard Cohen poseía en sus comienzos musicales un timbre de voz aguda y melancólica, al transcurrir los años esa voz se fue oscureciendo, hasta hacerse grave y profunda. Su lírica es uno de sus fuertes, consultar a grandes poetas lo llevó a elevarla al mismo nivel que sus melodías e interpretación; sus letras son un cuento minucioso sobre su vida de aventuras, de tropiezos amorosos y de triunfos que ahora solo rememora sentado en el banco de una plaza o anclado en la niebla de los tiempos.

Cohen se ha superado a sí mismo, ha logrado saltar su propio muro de temores e inseguridades, ha vivido intensamente lo mejor que pudo y nos lo cuenta en canciones, que son retazos sutiles de un bromista que no ríe.

En su álbum “Dear Heather” se hace patente esa temática sinuosa, intrincada y simple finalmente si uno se toma el trabajo de apreciarlo. Es un disco intimista, nos susurra al oído, nos sumerge en un mar de cristal, con esa fragilidad que al rozarnos nos prepara para la inminente ruptura. El disco incluye líricas y dibujos de personas queridas y admiradas: Lord Byron y su amigo Irving entre otros. Las melodías se mecen como una canción de cuna para desvalidos, pero también para recién llegados, estos también deben compartir la angustia que sobrevendrá algún día, ya sea por la pérdida o la posesión. Al cerrar los ojos podemos imaginarnos ya envueltos en la bruma de sus canciones, en un bar de mala muerte en donde un piano desafinado hace danzar a los demonios y entre risas que crecen, humo y alcohol, un hombre taciturno nos lleva por callejones y peligros que no intentaremos resistir.

Se hizo una buena costumbre para éste hombre obsequiarnos con saxos y coros femeninos que se adhieren al alma. Todo ello tan sensual e irresistible. Cohen sabe que la permanencia de los amantes dura más que su amor, ha sufrido la experiencia, tiene las cartas en sus manos y no traen buenas noticias, aun así siempre entre líneas podremos divisar un tímido horizonte.

Leonard Cohen no usa sombrero para contener tanta culpa, tampoco para ocultar un poco cabizbajo el rostro, sino por mera elegancia y también para decir: la tristeza debe llevarse con altura. Algunos pasajes del disco nos recuerdan a Sting y sobre todo a Tom Waits.

Cada nuevo disco de Cohen es un acontecimiento en sí mismo, no un simple souvenir de vanidad. El hombre canta y las estrellas se prenden y apagan en señal de complicidad, de aprobación, de respeto. Hay momento en los que Cohen nos sumerge en paisajes familiares o bruscamente nos traslada hacia atmósferas de ensueño, así como estamos en una avenida anestesiada, de pronto podemos hallarnos en un puerto de bullicio.

Cohen produce esa magia inesperada, ese toque inolvidable; el caos en él es un orden que rompe las reglas de la lógica. Hay un eslabón en la cadena de rosas que es éste trabajo, Cohen decide cerrarlo con una canción en vivo, “Tennessee Waltz, lo cual le da un aroma de renovación, de saber que la historia aún no tiene un final.


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