ORIGEN Y EVOLUCIÓN
DEL COLOR NEGRO
Por Gustavo Rojas Fernández
- Musa inspiradora: ISABEL.A
Sería una tarea titánica el pretender rastrear el origen exacto del color negro y probablemente fracasaríamos en tan ardua empresa.
Como aliciente podemos servirnos de esa cómoda e instalada teoría que reza sintéticamente así: “El negro no es un color, sino la ausencia del mismo”
Como aliciente podemos servirnos de esa cómoda e instalada teoría que reza sintéticamente así: “El negro no es un color, sino la ausencia del mismo”
Desde la revelación cristiana nos llega que, en el principio, el creador máximo dividió la luz de las tinieblas ya existentes. Ello indica, deja en evidencia, patenta el contraste entre ambas tonalidades y principalmente fuerzas; una especie de majestuosa hermandad que se repelen por incidencia de su mentor celestial.
Podríamos concluir tajantemente que primero fue la luz en los cielos, ya que la rebeldía angélica no se había manifestado aún, pero esa transgresión daría paso a la inminente expulsión tras la batalla.
La oscuridad terrenal que arropó en un comienzo a los insurrectos, fue expuesta a la luz.
El decreto del todopoderoso con absoluta sabiduría y poder dividió irreconciliablemente lo oscuro de los luminoso sin quitarles entidad, su distintivo halo de eternidad.
Históricamente esa hermética enemistad fue incrementando posturas, hasta vislumbrar dos bandos enemigos bien diferenciados.
El “primogénito” de ambos: El gris.
Unión falsa que decanta en un espejismo de desabrida independencia y autonomía. Gris no es más que un hibrido, un errante sin socorro posible.
Gris es la inestabilidad, una ilusión de neutralidad, el desamparo, la obsoleta venganza de un pequeño dios huérfano, inerme y ciego, un embrión paria, matiz desolado, alienación sin fondo.
La densidad entenebrecida y el blanco ardor fundiéndose dentro de cada alma humana, cual gallos de riña incrustados en el incesante corazón del mundo, desgracia prefijada.
En caminos de fuego avanzan la luz montada en el viento que mece los gélidos árboles alienados del abismo circunda mente, parasitaria energía que devasta. ¿Cuál de ambas fuerzas finalmente podrían desintegrarnos? Nos preguntamos inútilmente ante la familiar respuesta.
Dentro de cada ser se materializan dos colosos que confrontan y se impactan en una friccionada e intermitente declamación de supervivencia.
Ambas energías resignadamente contraen nupcias abominables y ceden al paradigma del león de Judá que enseña: ¿Qué comunión tienen la luz con las tinieblas?
En diversas culturas vueltas tradiciones, lo claro y oscuro han sido adornados de argumentaciones vanas, así se expone citando alguna fuente milenaria: el Yin y el Yan, dos caras de una misma raíz según su inamovible basamento.
Saltaremos en el tiempo para adentrarnos en el mundo moderno y sus dictámenes, no sin antes hojear brevemente la expropiación de ambas ligaduras.
A lo largo de la historia a modo de resumen: cinco imperios mundiales (babilónico, romano, medo persa y demás) desterrados por su propia avaricia.
Allí moraron los ejércitos judíos de la resistencia contra “semidioses” caídos por la inmoralidad y la desidia. El devorador amo y su esclavo, el pecador no redimió y su pecado, laberíntico ajedrez donde excepto el peón, gozaban todos de placeres y privilegios malsanos.
El hombre no ha retenido nada desde el Edén, pasando por el valle de los huesos secos, hasta nuestras de imitada vanagloria. Espejismos en jirones sombríos que se secan en un mar infértil.
Adoptar es satisfacer energías para un bien común. Cada tres generaciones el ser humano posee la llave para poder abrir las cadenas estancadas, herrumbradas, cambiar de dirección.
Cuatro puntos cardinales que exuda el espíritu.
El hartazgo inminente, la flor que nunca florece, reprime su aroma, mientras sus espinas se autodestruyen.
La prosa en carne viva, el destino como tren hacia ningún lugar.
Centrémonos ahora en la quintaescencia, el fulgor de la contemporaneidad y sus huellas.
Viajamos al sesgo de finales de la década del ’60.
El hippismo estaba en su apogeo, pero ya el horizonte descorría sus cortinas exhibiendo su ocaso.
Arco iris lisérgico: rojo esmaltado, amarillo nacarado, índigo, turquesa, todo según el estimulante ingerido. Excitados por el humo, la música en trance, el bucólico aburguesamiento, la sexualidad promiscua, orgiástica y una flor insignia contra el amenazante fusil y sus normas, un decálogo de victorias prematuramente perdidas, su lema oscuro se esfumó, mutó en modas y ferias, la burbuja vintage para nostálgicos.
Esa posta de trasnochado sueño americano fue arrancada de cuajo en la sucesiva década; cuero alfileres de gancho, ropas raídas: el punk; enfermedad saboteada a una sociedad dormida.
Aún en gestación su manifiesto a tientas en una tibia oscuridad que alcanza su cenit con los darks, trasmutados en góticos; aquí el color negro conecta en escena con toda furia y seducción.
Si bien la oscuridad asomaba otrora en líricas y actitudes, el look envolvente, provocador, con la nueva expresión artística logra instalarse y perpetuarse. “Dejare de vestir de negro, cuando inventen un color más oscuro”.
Rostros pálidos, artesanalmente maquillados, sobrios sobretodos largos que se confunden con la soledad nocturna, calzados intervenidos, innovadores y apatía a la sombra de los sepulcros.
Un negro sol para iluminar sus caminos apagados.
La forma de vestir perfila nuestro estado anímico. El color negro estéticamente representa elegancia, altivez, lo macabro.
El hombre inventa su propia luz que nace del corazón de la oscuridad.
Subrepciamente repta su sombra en habitaciones lúgubres, sobre senderos de ecos derruidos por la asfixiante depresión. Pero es menester alegar a su impronta que lo oscuro seduce, embellece, testifica una de las dos caras del espíritu y la mente humana, instala si se quiere un lazo invisible plagado de ansias decadentes.
Lo negro vino a vestir su sello etéreo, a posicionarse en la espesa bruma de incontables generaciones que marchan hipnotizadas hacia un cadáver que no temen.
Lo blanco se ha fundido en el inconsciente colectivo como signo de pureza, de bálsamo, oasis de energía, comunión con lo sacro, “lo bueno”, continuidad del día cuando la tarde desfallece.
Lo negro en cambio sobrevuela los contornos del alma desencantada de tanta silenciosa y enceguecedora blancura. Ave que se posa enmudecida frente a su desaviado reflejo.
Mágicamente convergemos en el hallazgo de una conexión, un maridaje compuesto de dos eslabones, requisitos: portar tez blanca y revertir de ropaje inagotablemente oscuro.
El banquete está servido para el dilema o una drástica inclinación hacia lo blanco o hacia lo negro, hacia lo establecido o hacia su cuestionadora sombra, hacia el bien o hacia el mal o hacia ambas disertaciones, puesto que tanto la luz como la oscuridad nos nombran, nos invocan, nos contemplan con ojos de demonios, falsa o genuinamente arrepentidos. Finalmente, no anuncia erigirse ninguno como vencedor, simplemente dando libre albedrio a la voluntad de cada disertador.
Agradecimientos a: ISABEL. A, FLOR, DIEGO. C
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